jueves, 22 de mayo de 2008

(7) LOS NIÑOS QUE TRABAJAN: DIOSITO, MANDAME UN MUERTITO

Juan Meza Padilla es un niño de 11 años de edad, que estudia en el primer grado de educación secundaria, en una Institución Educativa de Villa El Salvador, que al realizar sus oraciones, en la noche, antes de acostarse, dice: “por favor diosito, mañana mandame un muertito”.
El niño Juan Meza “trabaja” en el cementerio del distrito de VES, de 1 a 6 de la tarde, luego de salir del colegio. Lleva el agua y las flores, realiza las oraciones para los difuntos y cuida los nichos, por lo cual recibe un pago que depende la buena voluntad de los familiares de los difuntos. Pago que se ve disminuida si es que un día no hay un “muertito” como él los llama. Ello explica su apremio en sus plagarias nocturnas.
Juan forma parte de ese basto contingente de niños que se ven obligados a “trabajar” para apoyar en el sustento familiar. Niños que “trabajan” en actividades como: vendedores en centros comerciales, vendedores de periódicos, vendedores de caramelos, golosinas y limpiando lunas de los carros en los paraderos hasta altas horas de la noche, lustrando zapatos, cargando bultos en los mercados, cuidando niños, y las niñas como empleadas del hogar. En nuestro país tenemos 8 millones de niños en edad escolar, de aquellos aproximadamente 2 millones de niños no culminan el año escolar, por abandono y repitencia.
Otra de las graves dificultades es la disgregación familiar, los padres y madres de familia tienen que aumentar su jornada laboral a una doble o triple jornada, para garantizar un mínimo de economía para el sustento económico familiar, produciéndose como efecto el abandono familiar, donde los niños se encuentran solos en sus casas por largas horas. Teniendo como único medio de comunicación, el televisor. Viendo la mayoría de los programas con fuerte carga emocional, donde predomina la violencia y la distorsión de la educación sexual. Los niños al pasar varias horas ante el aparato de televisión y sin el asesoramiento y guía de una persona mayor, se distorsiona y se pierde todas las horas que pasó en el aula, donde el maestro o maestra se esforzó para darle los sanos concejos y la práctica de los buenos valores. La televisión en nuestro medio se presenta como la práctica de los antivalores, señalando los especialistas que largas horas de exposición produce el sentimiento de soledad y la depresión.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), en su último estudio realizado sobre el problema del Trabajo Infantil, difundido este año, señala que pese a los ”importantes progresos” en las iniciativas encaminadas a erradicar el trabajo de los menores de edad, un número alarmante de niños continúa atrapado en las peores formas de explotación. Así, se sabe que 246 millones de niños en el mundo, es decir, uno de cada seis menores entre 5 y 17 años, tiene diversas formas de trabajo y que uno de cada ocho niños en el mundo (unos 179 millones de niños entre 5 y 17 años) sigue expuesto a las peores formas de trabajo infantil, que ponen en peligro su bienestar físico, mental y moral.
Las politicas de exclusión como el neoliberalismo aplicado en nuestro país, empujan a los niños y niñas al “trabajo”, incluidas las formas ilegales y clandestinas como la prostitución, el trafico de drogas, la pornografía y otras formas denigrantes e inhumanas. En América Latina se tiene aproximadamente 50 millones de niños que trabajan y aproximadamente 2 millones de niños que se encuentra en estado de abandono material y moral, que deambulan por las calles.
Nuestro país tiene el más alto indice de niños que trabajan en las calles, conjuntamente con Brasil, Argentina y Paraguay. Debe existir una política de erradicación del trabajo infantil y de toda forma de explotación de los niños. Debemos estar en total desacuerdo con aquellas ONGs que quieren resolver el problema incorporando a la legislación laboral la “protección de los niños”, mediante la falacia: el trabajo es un derecho, por lo tanto “los niños tienen derecho al trabajo”. Los niños son el futuro de nuestro país deben estar en las escuelas, lugar donde les corresponde estar. Jugar y no trabajar.

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